Notre Dame de París de William Ospina
Jun 23, 2024 ·
2m 6s
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Description
una paz misteriosa nos da el saber que el templo ascendió de las frentes y las manos del hombre, por la noche el viento, cayendo hacia los astros. Que algo...
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una paz misteriosa nos da el saber que el templo
ascendió de las frentes y las manos del hombre,
por la noche el viento, cayendo hacia los astros.
Que algo divino ardía como fiebre en la sangre,
algo que no sabemos y que no preguntamos,
porque el misterio debe durar en el misterio
y es bello para el hombre que algo perdure oculto.
Así aprendí a querer tu compleja estructura,
allí estaba, envolviéndome,
tu cielo acastillado donde aletea la música,
los colores mordidos por la húmeda tiniebla,
la meditada oblicua de la luz en las criptas,
los sepulcros que agrava un lóbrego latín.
Allí estabas, dibujo fiel de la mente gótica,
retrato de una edad hecha de ley y de abismo,
batalla contra el caos perpetuada en la piedra.
Y te amé en esas tardes sin comprenderte, y fuiste
el sitio señalado para el éxtasis
cuando una aciago amor socavaba mi alma.
Ahora, lejos, Basílica, te recuerdo, orgulloso
de haber amado en ti todo lo que perdura.
En la memoria avanzo de nuevo por tu calma,
se ennoblece otra vez mi conciencia en tu música,
algo anterior a mí tiembla en mí contemplándote.
Morosamente busco lo que conozco y amo,
y no sé, al celebrarte,
qué celebro en secreto, más antiguo y más íntimo;
qué obstinado edificio de la mente o la sangre,
como el rostro anterior que un nuevo rostro evoca,
traza con sus hipérboles la memoria inexacta.
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ascendió de las frentes y las manos del hombre,
por la noche el viento, cayendo hacia los astros.
Que algo divino ardía como fiebre en la sangre,
algo que no sabemos y que no preguntamos,
porque el misterio debe durar en el misterio
y es bello para el hombre que algo perdure oculto.
Así aprendí a querer tu compleja estructura,
allí estaba, envolviéndome,
tu cielo acastillado donde aletea la música,
los colores mordidos por la húmeda tiniebla,
la meditada oblicua de la luz en las criptas,
los sepulcros que agrava un lóbrego latín.
Allí estabas, dibujo fiel de la mente gótica,
retrato de una edad hecha de ley y de abismo,
batalla contra el caos perpetuada en la piedra.
Y te amé en esas tardes sin comprenderte, y fuiste
el sitio señalado para el éxtasis
cuando una aciago amor socavaba mi alma.
Ahora, lejos, Basílica, te recuerdo, orgulloso
de haber amado en ti todo lo que perdura.
En la memoria avanzo de nuevo por tu calma,
se ennoblece otra vez mi conciencia en tu música,
algo anterior a mí tiembla en mí contemplándote.
Morosamente busco lo que conozco y amo,
y no sé, al celebrarte,
qué celebro en secreto, más antiguo y más íntimo;
qué obstinado edificio de la mente o la sangre,
como el rostro anterior que un nuevo rostro evoca,
traza con sus hipérboles la memoria inexacta.
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