Evangelio Del Día Viernes 4 de Noviembre | Ser Honesto | Hoy en Oración
Nov 4, 2022 ·
6m
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Evangelio Diario LITURGIA - 04 DE NOVIEMBRE DE 2022 Ciclo C - Año II - Color Verde XXXI Semana del Tiempo Ordinario Liturgia de las Horas Tomo II III Semana...
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Evangelio Diario
LITURGIA - 04 DE NOVIEMBRE DE 2022
Ciclo C - Año II - Color Verde
XXXI Semana del Tiempo Ordinario
Liturgia de las Horas Tomo II
III Semana del Salterio
Primera Lectura Filipenses 3, 17-4, 1
Salmo 121
Evangelio Lucas 16, 1-8
“Había actuado con astucia”
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Hermanos y hermanas, esta página evangélica hace resonar en nosotros la pregunta del administrador deshonesto, expulsado por su amo: «¿Qué haré pues?» (v. 3). Frente a nuestras carencias y fracasos, Jesús nos asegura que siempre estamos a tiempo para sanar el mal hecho con el bien. Que los que han causado lágrimas hagan felices a alguien; que los que han quitado indebidamente, done a los necesitados. Al hacerlo, seremos alabados por el Señor “porque hemos obrado astutamente”, es decir, con la sabiduría de los que se reconocen como hijos de Dios y se ponen en juego por el Reino de los cielos. (Ángelus, 22 septiembre 2019)
Reflexión del Evangelio de hoy (Sor Teresa de Jesús Cadarso O.P.)
"Solo aspiran a cosas terrenas"
La liturgia de la Palabra nos va a presentar hoy dos ideas aparentemente contradictorias o, al menos en tensión que, en realidad, son dos aspectos indispensables de la misma y única llamada de cada bautizado: los cristianos somos ciudadanos del cielo, es decir, que no vivimos bajo la lógica del mundo, pero no podemos –ni debemos–, evadirnos del estar en el mundo (que no significa mundanizarnos).
La primera lectura nos advierte acerca del “estar en el mundo” propio de los cristianos. Nos llama “ciudadanos del cielo” en contraposición a quienes “solo aspiran a cosas terrenas” y “andan como enemigos de la cruz de Cristo”. Es decir, que esta habrá de ser la distinción para quienes nos decimos cristianos: vivir una clase de aspiraciones que no sean puramente terrenales.
El apóstol está escribiendo, posiblemente, a cristianos judaizantes que ponen su salvación en un dios al que reducen según unas leyes sobre comida: “su Dios, el vientre”; y la circuncisión: “su gloria, sus vergüenzas”. Por el contrario, aquellos que somos ciudadanos del cielo caminamos en la fe, es decir, que no podemos acotar a Dios ni reducirlo a los criterios del mundo ni a nuestros criterios. Y caminamos bajo la gracia, no bajo el mérito de nuestros logros ni cumplimientos.
Porque lo único que nos salva es la Cruz de Cristo, y esto lo sabe muy bien san Pablo. Esa es la certeza que configura el estar en el mundo propio de los cristianos: con la libertad de quien se sabe salvado gratuitamente y con la esperanza de quien aspira a una realidad superior: “él transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de su cuerpo glorioso”.
"Había actuado con astucia"
En algunas ocasiones eso de ser “ciudadanos del cielo” que nos recordaba la primera lectura de hoy se ha podido entender como un pasar por la tierra a dos palmos del suelo. Un modo de estar en el mundo con la cabeza gacha y rostro impertérrito. Una existencia demasiado centrada en una mal entendida resignación que acepta lo que llega y lo que hay sin ningún tipo de filtro ni reacción: será voluntad de Dios.
Lo cierto es que pocas veces se habrá oído hablar de Jesús como hombre astuto y menos aún encontraremos en las biografías de los santos una oda a su perspicacia. Pero Jesús, además de invitarnos a cargar con la cruz, también dice: “sed, pues, astutos como serpientes y mansos como palomas” (Mt 10, 16). Y en el pasaje de hoy alaba la astucia del administrador, aunque no su injusticia[1]. Porque no es lo mismo dejarse quitar la vida que entregarla libremente; no es lo mismo el amor gratuito que la ingenuidad; no es igual guardar silencio por prudencia que por miedo como no es lo mismo regalar que dejarse robar, y así un largo etcétera que no por evidente es menos frecuente.
Hoy la Palabra nos invita a equilibrar nuestra actitud cristiana con un toque de astucia, no para las cosas del mundo, sino para las de Dios. No se trata de usar la lógica del mundo mientras se aspira a cosas terrenas. No es una invitación a la mundanidad. En realidad, es una exhortación a implicarse con el mundo en el que vivimos y del que formamos parte para ganar almas para Cristo. Adquirir suficiente conocimiento del lenguaje, la lógica y los criterios de quienes caminan con nosotros y a quienes vamos a predicar el Evangelio.
Es astuto san Pablo cuando predica a los griegos en Atenas, partiendo del “altar al dios desconocido” (Hch. 17, 23) y más todavía cuando divide a su tribunal para poder salir con vida del juicio (Hch. 23, 6-11). Algunos de nosotros hubiéramos cerrado los ojos y acogido la sentencia sin más, confundiendo cristiana resignación con estéril pusilanimidad. Pero él vive para anunciar la Buena noticia y esa será la clave de su aceptación cuando toque acoger el martirio como testimonio supremo; o de su astucia para salir indemne cuando toque predicar. Astucia evangélica es lo que demuestra cuando dice: “me hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (1 Co 9, 22).
Sin embargo, en nuestro ser apóstoles, en nuestro ser ciudadanos del cielo, con frecuencia falta esa pizca de sagacidad, de atrevimiento, de inteligencia convencida y audaz cuando se trata de dar testimonio. Y si nos falta astucia para las cosas de Dios, cabe preguntarse si no será por un defecto de pasión en lo que hacemos más que por un exceso de virtud en nuestra evangelización. “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”
¿En qué circunstancias de mi vida me estoy evadiendo de dar un testimonio más valiente? ¿Puede que esté pintando de aceptación lo que en realidad es cobardía? ¿Hay algún ámbito en mi vida cristiana que está llamado a dar más fruto si me implicara astutamente un poco más?
LECTURA DEL DÍA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses
Flp 3, 17–4, 1
Hermanos: Sean todos ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que viven el ejemplo que les he dado a ustedes. Porque, como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra.
Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.
Hermanos míos, a quienes tanto quiero y extraño: ustedes, hermanos míos amadísimos, que son mi alegría y mi corona, manténganse fieles al Señor.
EVANGELIO DEL DÍA
Lectura del santo evangelio según san Lucas
Lc 16, 1-8
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan’.
Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi amo?’ El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta’. Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’ Este respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por ochenta’.
El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz’’.
Oración
Señor mío Jesucristo, quiero, por tu gracia, aprender a vivir como verdadero ciudadano del cielo de donde espero que vengas como Salvador nuestro. Prepárame para que llegado el momento puedas transformar todo mi ser, limitado y finito, en un cuerpo glorioso, semejante al tuyo, en virtud del poder que tienes para someter a tu dominio todas las cosas. Por encima de todo esto, Señor, dame tu Espíritu Divino para maneterme fiel a ti.
Acción
Hoy seré consciente de que todo en este mundo es temporal, y pondré mucha atención para descubrir las cosas que en mi día son verdaderamente eternas, y atenderé mucho más a eso.
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LITURGIA - 04 DE NOVIEMBRE DE 2022
Ciclo C - Año II - Color Verde
XXXI Semana del Tiempo Ordinario
Liturgia de las Horas Tomo II
III Semana del Salterio
Primera Lectura Filipenses 3, 17-4, 1
Salmo 121
Evangelio Lucas 16, 1-8
“Había actuado con astucia”
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Hermanos y hermanas, esta página evangélica hace resonar en nosotros la pregunta del administrador deshonesto, expulsado por su amo: «¿Qué haré pues?» (v. 3). Frente a nuestras carencias y fracasos, Jesús nos asegura que siempre estamos a tiempo para sanar el mal hecho con el bien. Que los que han causado lágrimas hagan felices a alguien; que los que han quitado indebidamente, done a los necesitados. Al hacerlo, seremos alabados por el Señor “porque hemos obrado astutamente”, es decir, con la sabiduría de los que se reconocen como hijos de Dios y se ponen en juego por el Reino de los cielos. (Ángelus, 22 septiembre 2019)
Reflexión del Evangelio de hoy (Sor Teresa de Jesús Cadarso O.P.)
"Solo aspiran a cosas terrenas"
La liturgia de la Palabra nos va a presentar hoy dos ideas aparentemente contradictorias o, al menos en tensión que, en realidad, son dos aspectos indispensables de la misma y única llamada de cada bautizado: los cristianos somos ciudadanos del cielo, es decir, que no vivimos bajo la lógica del mundo, pero no podemos –ni debemos–, evadirnos del estar en el mundo (que no significa mundanizarnos).
La primera lectura nos advierte acerca del “estar en el mundo” propio de los cristianos. Nos llama “ciudadanos del cielo” en contraposición a quienes “solo aspiran a cosas terrenas” y “andan como enemigos de la cruz de Cristo”. Es decir, que esta habrá de ser la distinción para quienes nos decimos cristianos: vivir una clase de aspiraciones que no sean puramente terrenales.
El apóstol está escribiendo, posiblemente, a cristianos judaizantes que ponen su salvación en un dios al que reducen según unas leyes sobre comida: “su Dios, el vientre”; y la circuncisión: “su gloria, sus vergüenzas”. Por el contrario, aquellos que somos ciudadanos del cielo caminamos en la fe, es decir, que no podemos acotar a Dios ni reducirlo a los criterios del mundo ni a nuestros criterios. Y caminamos bajo la gracia, no bajo el mérito de nuestros logros ni cumplimientos.
Porque lo único que nos salva es la Cruz de Cristo, y esto lo sabe muy bien san Pablo. Esa es la certeza que configura el estar en el mundo propio de los cristianos: con la libertad de quien se sabe salvado gratuitamente y con la esperanza de quien aspira a una realidad superior: “él transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de su cuerpo glorioso”.
"Había actuado con astucia"
En algunas ocasiones eso de ser “ciudadanos del cielo” que nos recordaba la primera lectura de hoy se ha podido entender como un pasar por la tierra a dos palmos del suelo. Un modo de estar en el mundo con la cabeza gacha y rostro impertérrito. Una existencia demasiado centrada en una mal entendida resignación que acepta lo que llega y lo que hay sin ningún tipo de filtro ni reacción: será voluntad de Dios.
Lo cierto es que pocas veces se habrá oído hablar de Jesús como hombre astuto y menos aún encontraremos en las biografías de los santos una oda a su perspicacia. Pero Jesús, además de invitarnos a cargar con la cruz, también dice: “sed, pues, astutos como serpientes y mansos como palomas” (Mt 10, 16). Y en el pasaje de hoy alaba la astucia del administrador, aunque no su injusticia[1]. Porque no es lo mismo dejarse quitar la vida que entregarla libremente; no es lo mismo el amor gratuito que la ingenuidad; no es igual guardar silencio por prudencia que por miedo como no es lo mismo regalar que dejarse robar, y así un largo etcétera que no por evidente es menos frecuente.
Hoy la Palabra nos invita a equilibrar nuestra actitud cristiana con un toque de astucia, no para las cosas del mundo, sino para las de Dios. No se trata de usar la lógica del mundo mientras se aspira a cosas terrenas. No es una invitación a la mundanidad. En realidad, es una exhortación a implicarse con el mundo en el que vivimos y del que formamos parte para ganar almas para Cristo. Adquirir suficiente conocimiento del lenguaje, la lógica y los criterios de quienes caminan con nosotros y a quienes vamos a predicar el Evangelio.
Es astuto san Pablo cuando predica a los griegos en Atenas, partiendo del “altar al dios desconocido” (Hch. 17, 23) y más todavía cuando divide a su tribunal para poder salir con vida del juicio (Hch. 23, 6-11). Algunos de nosotros hubiéramos cerrado los ojos y acogido la sentencia sin más, confundiendo cristiana resignación con estéril pusilanimidad. Pero él vive para anunciar la Buena noticia y esa será la clave de su aceptación cuando toque acoger el martirio como testimonio supremo; o de su astucia para salir indemne cuando toque predicar. Astucia evangélica es lo que demuestra cuando dice: “me hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (1 Co 9, 22).
Sin embargo, en nuestro ser apóstoles, en nuestro ser ciudadanos del cielo, con frecuencia falta esa pizca de sagacidad, de atrevimiento, de inteligencia convencida y audaz cuando se trata de dar testimonio. Y si nos falta astucia para las cosas de Dios, cabe preguntarse si no será por un defecto de pasión en lo que hacemos más que por un exceso de virtud en nuestra evangelización. “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”
¿En qué circunstancias de mi vida me estoy evadiendo de dar un testimonio más valiente? ¿Puede que esté pintando de aceptación lo que en realidad es cobardía? ¿Hay algún ámbito en mi vida cristiana que está llamado a dar más fruto si me implicara astutamente un poco más?
LECTURA DEL DÍA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses
Flp 3, 17–4, 1
Hermanos: Sean todos ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que viven el ejemplo que les he dado a ustedes. Porque, como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra.
Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.
Hermanos míos, a quienes tanto quiero y extraño: ustedes, hermanos míos amadísimos, que son mi alegría y mi corona, manténganse fieles al Señor.
EVANGELIO DEL DÍA
Lectura del santo evangelio según san Lucas
Lc 16, 1-8
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan’.
Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi amo?’ El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta’. Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’ Este respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por ochenta’.
El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz’’.
Oración
Señor mío Jesucristo, quiero, por tu gracia, aprender a vivir como verdadero ciudadano del cielo de donde espero que vengas como Salvador nuestro. Prepárame para que llegado el momento puedas transformar todo mi ser, limitado y finito, en un cuerpo glorioso, semejante al tuyo, en virtud del poder que tienes para someter a tu dominio todas las cosas. Por encima de todo esto, Señor, dame tu Espíritu Divino para maneterme fiel a ti.
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Hoy seré consciente de que todo en este mundo es temporal, y pondré mucha atención para descubrir las cosas que en mi día son verdaderamente eternas, y atenderé mucho más a eso.
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