Comienza una nueva sección capitaneada por Iker Jiménez. En ella nos contará la historia de algunas imágenes inconcebibles cuya historia parece increíble, pero es cierta. Esta semana nos hablará de la hambruna rusa de 1921-22. Fue uno de los peores desastres del siglo XX. Provocada por causas naturales pero magnificada por políticas y acciones humanas, dejó a millones de rusos sin alimentos adecuados. La desnutrición, el hambre y las epidemias mataron a tanta gente que ni el Estado bolchevique ni los observadores extranjeros pudieron registrar con precisión el número de muertos. El consenso sugiere que al menos cinco millones de rusos murieron durante la Gran Hambruna, aunque la cifra podría llegar a los ocho millones. Según los trabajadores humanitarios, la situación era aún más sombría en las aldeas rurales. Muchos habían huido a las ciudades o a otras regiones, dejando a familias enteras muertas en sus casas. Los que sobrevivieron vivieron de lo que pudieron encontrar: semillas, bellotas, hierbas, corteza de árboles e incluso cadáveres de animales. Los funcionarios del gobierno de una ciudad aconsejaron a los hambrientos residentes que desenterraran los huesos secos de los animales, los molieran para hacer harina y hornearan un “sucedáneo del pan [que tiene] un valor nutritivo un 25 por ciento mayor que el pan de centeno, a pesar de su olor y sabor desagradables”. La hambruna también dio lugar a historias disparatadas de asesinatos, canibalismo y comercio negro de carne humana. Se desconoce el verdadero alcance del canibalismo durante la Gran Hambruna. A medida que aumentaba el número de muertos, también surgió un comercio ilegal de carne humana. En los mercados de las ciudades y pueblos rusos aparecieron cantidades de carne indescriptible, parte de la cual, sin duda, era humana.
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