En el transcurso de nuestra vida hemos llegado a creer que algunos de nuestros defectos de carácter son parte de nuestra personalidad, pero la verdad es todo lo contrario ya que Dios tiene una vida plena para nosotros. Después de examinar en detalle nuestras vidas, como hicimos en el paso 4, 5 y 6, es posible que creamos que no tenemos comunión con Dios y al ver la gravedad de lo que hemos hecho, tal vez sintamos que no merecemos pedirle nada. Quizás las personas a quienes consideramos respetables desprecien nuestra conducta pecaminosa como el peor tipo de maldad. Es posible que estemos luchando con el desprecio a nosotros mismos. Nuestro remordimiento genuino puede provocar que nos cuestionemos siquiera acercarnos a Dios para pedirle ayuda, pero Dios nos recibe aun cuando nos sintamos así. Un corazón humilde es lo que abre la puerta al perdón de Dios.